El aspecto desvalido y la voz cristalina de Joselito nunca pasaron desapercibidos. Con casi nada cuatro primaveras, el jienense recorría ya las tabernas de su pueblo, cantando, para ganarse unas perras con las que contribuir a la maltrecha posesiones sabido.
A los seis, se marchó con su hermano a Utiel, un pueblo de Valencia donde el susodicho trabajaría como peón en la construcción de un pantano. Una tinieblas, los dos entraron en una posada en la que Joselito, como de costumbre, se puso a canturrear. Uno de los tratantes de hato que había por allí, Paco ‘el manco’, le escuchó atento. Luego decidió comprarle un traje y lo llevó a Valencia a cantar en una emisora de radiodifusión.
“Joselito encarnó en sus largometrajes al criatura de origen muy escueto que cuenta con una voz prodigiosa, de forma que su personaje fue un reflexiva de su propia vida”, comentó en uno de sus trabajos el profesor universitario Valeriano Durán. “Su éxito como cantante en la radiodifusión le permitió anexar a intérpretes como Luis Mariano o al cantaor Antonio Fernández ‘El Chaqueta’, y esto posibilitó que diera el brinco al cine en un momento en el que el éxito de Marcelino, pan y morapio había puesto de moda las películas protagonizadas por niños”.

José Jiménez Fernández, Joselito, debutó en el cine en la película El pequeño ruiseñor (1957), de Antonio del Amo, que se convirtió en un cierto éxito en los pueblos y ciudades de provincias ya que, entre otras cosas, el actor representaba el sueño por triunfar de un sector social escueto. Al poco tiempo, la productora de ese filme vendió los derechos de Joselito a Cesáreo González, que le ofreció un arreglo en monopolio con Suevia Films.
El actor pasó de cobrar 25 mil pesetas por su diligencia en El pequeño ruiseñor a dos millones a partir de la subsiguiente, Saeta del ruiseñor (1959). “Luego, tres, cuatro, cinco…y hasta ocho millones por película, más porcentajes. Pasé de la miseria a la riqueza, pero otros se enriquecieron más que yo. El productor, solo con mis primeras películas, llegó a percibir mil millones de pesetas”.
Ya en los sesenta, Joselito encarnaría a un nuevo maniquí de personaje en coproducciones mexicanas como Aventuras de Joselito en América (1960), El heroína blanco (1961), o El espurio heredero (Miguel Morayta, 1965). “A pesar de que Cesáreo González había modificado la tiempo de Joselito en cuatro primaveras para que el divulgado lo imaginara más señorita”, ha explicado Durán, “no pudo impedir que creciera y que en su momento de más popularidad ingresara en la adolescencia y le cambiara la voz, lo que puso fin a su carrera musical”.
Una suerte internacional
Pero la suerte de niño más importante del cine castellano llegó a entregar millones de discos. Adicionalmente, sus taquilleras y populares comedias musicales triunfaron en países como Francia, donde Joselito contó con un activo y cuantioso club de fans.
En Estados Unidos, actuó dos veces seguidas en el mismo mes en el software Ed Sullivan Show de la CBS, y fue invitado al rancho texano del presidente Lyndon Johnson, que al despedirse de él, entendido de su pasión por la caza, le obsequió con un rifle Winchester de su colección. En Italia, el actor encandiló a Pier Paolo Pasolini, que utilizó la interpretación de Violino tzigano como tema central de su obra maestra Mamma Roma (1962). Hasta el papa Juan XXIII llegó a recibirle en audiencia privada en el Vaticano.
Lo que nunca tuvo que hacer Joselito es personarse al Pardo para cantarle al dictador Franco. “En catorce primaveras, no asistí a ningún de los festivales de navidad del Caudillo”, confesó. “Era una época nefasto, me acatarraba mucho. Como estaba enfermo, presentaba un certificado médico. Mis representantes tenían muy buena relación con el poder. Tuve ese privilegio. Pero la mayoría de los artistas tenían que advenir por el aro y asistir”.
Con lo que ganó durante su etapa de esplendor, Joselito se compró un Mercedes 220, adquirió fincas y propiedades, retiró a su labrador padre del trabajo y les puso varios negocios a sus hermanas. “Mi vida era muy intensa, pero estaba contento porque lo que quería era percibir mucho capital para no tener complicaciones en un futuro”, afirmó al escritor José Aguilar. “El problema es que todas aquellas ganancias se quedaron en el camino y me robaron mucho de lo que yo ganaba honestamente“.
La decadencia del pequeño ruiseñor
A Joselito se le morapio el mundo encima cuando se dio cuenta de que había sido engañado por su comisionado, quien llegó a acogerlo en su casa y lo trató como un hijo. “Cuando lo conocí, Eloy Ballesteros no era más que un electricista que casi nada llegaba a fin de mes”, dijo. “Luego ese inmundo vivió lucrándose a mi costa, sin privarse de ausencia, durante los más de diez primaveras que fue mi representante”.
Según el actor, su mánager se había llevado siempre “un sesenta por ciento expedito de cada arreglo”, pero al cuarenta por ciento restante que le correspondía “él iba cargando los gastos por viajes y dietas, incluidos todos los suyos. La decano parte de las casas, terrenos y coches de los que creía ser propietario estaban comprados a nombre de alguno de sus familiares, llegando a hacer a su hijo Eloín propietario de una hacienda ganadera”.
Tras mandar a paseo a Ballesteros, Joselito se despidió del cine con Prisionero en la ciudad (1969), de Antonio de Jaén, que se convirtió en un determinante fracaso de taquilla y le animó a borrarse del planisferio.

“Joselito contactó con la productora Angola Films, con la idea de organizar una serie de actuaciones y estrenos de sus películas por las principales ciudades de esta colonia portuguesa. Así, en calidad de actor, la productora logró conseguirle en Portugal todos los permisos gubernamentales, poco casi ficticio en un país en refriega como Angola”, señala el dibujante José Pablo García en su cómic Las aventuras de Joselito.
Durante su estancia en el país africano, Joselito se convirtió en cazador y regulador de safaris. A su regreso a España, se instaló nuevamente en Utiel, donde la relación con su entonces mujer y origen de sus dos hijos, la actriz Chonette, acabó de marchitarse. Un día cualquiera, se reencontró casualmente con su apego de pubertad Marifé Gabaldón, con quien finalmente se casó en 1986.
Tras darle vueltas a la inicio, Joselito decidió modificar los ahorros de toda una vida en El Fonda, un difícil hotelero montado a la salida del pueblo. Al estrés propio de la carga mental del trabajo se sumó el hecho de que la revista francesa Libération publicase un artículo donde se aseguraba que, durante su estancia en Angola, había hecho de jornalero del Gobierno portugués. La prensa española se hizo eco de la enredo, y presentó al actor a luceros de la opinión pública como un chorizo con pedigrí.

Atrapado por el licor y las drogas, Joselito fue de mal en peor. En 1991 acabó detenido por la Vigilancia Civil como propietario de un bolsa que contenía 78 gramos de cocaína y una pistola legalizada. La mediador Ana Alonso dictó prisión preventiva para el actor, que ingresó en la prisión maniquí de Valencia por un delito contra la sanidad pública.
Durante su liberación condicional, se convirtió en víctima de un enredo cuando un agente camuflado le indujo a entregar cocaína a un supuesto mecánico en paro para luego detenerlo. Volvió a advenir otros diez meses entre rejas. Poco a poco, Joselito superó su anexión a los estupefacientes y logró la estabilidad que buscaba con la ayuda de Marifé, con quien todavía hoy reside en Utiel.
“Sigo teniendo en Francia un zona de privilegio, y no me han pasado disposición de ausencia”, comentó. “Es un país que, como otros, sabe cuidar correctamente a sus mitos. En cambio, España tiene la costumbre de tirar a sus personajes y sacar lo cenizo de forma estupendo. Esa es la verdad, y me da mucha pena. En nuestra prensa hay una mentalidad destructiva cerca de algunas personas, y a mí me han querido destruir”.
El renacer de un hombre redimido
Tras advenir una temporada recibiendo premios, participando en programas de televisión como Supervivientes y haciendo cameos en películas como Spanish Movie (2009) o Torrente 4 (2011), Joselito, de 80 primaveras, tomó la valor de retirarse de los focos. Ahora correctamente, en contra de lo que muchos piensan, no está en la indigencia. Al contrario, su finca de vides y los royalties de sus canciones le permiten habitar holgadamente.
“Utiel fue el pueblo que lo acogió en sus comienzos”, señala a nuestra revista José Pablo García, “pero el agradecimiento como ciudadano ilustre no le ha llegado hasta hace pocos meses, con una calle a su nombre y haciéndolo pregonero de su feria”.

El dibujante malagueño opina que “somos un pueblo cainita por definición, de clan insulso y acomplejada que no digiere correctamente el éxito internacional de sus compatriotas”, y que para darse cuenta de ello hilván con echar un vistazo a las hirientes críticas que recibe cualquier artículo sobre Rosalía, Penélope Cruz o Pedro Almodóvar.
“El caso de Joselito, uno de nuestros primeros artistas con un éxito integral determinante, fue iluminador”, recuerda. “Estaban deseando que diese un pie en espurio en su carrera para ir a por él y destruirlo. Pero en el cómic quise mostrar, sobre todo, su capacidad para sobreponerse a todas estas humillaciones, su condición de superviviente”.
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