Hay un capítulo muy hermoso en este vademécum. Habituados a escuchar los discursos entusiastas de Tarantino sobre las películas y directores que concha, el pedrusco “Samurái de reserva” lo dedica a un crítico de cine. El retentiva de sus apasionadas lecturas de Kevin Thomas en Los Angeles Times no deja de ser un mcguffin para reseñar esos filmes que el escritor le ha descubierto a lo holgado de los abriles, pero al mismo tiempo es un sentido homenaje a la actividad constante de contados cronistas que nos hacen seducir las películas incluso antaño de verlas.
Poco parecido sin duda se propone el autor de Pulp Fiction en estas memorias cinéfilas, valiosa trasiego de su educación sentimental cinematográfica y, por extensión, de una procreación crucial en las rupturas del cine amerindio del cambio de siglo. El primero de los capítulos narra sus abriles de tierno espectador en compañía de su origen.
Meditaciones de cine es el vademécum de un espectador compulsivo para quien la experiencia en la sala de cine es tan importante como las películas que ha “experimentado” en ese ritual colectivo. Canon de cierto posmodernismo lúdico, se alimenta directamente de sus arrebatos y epifanías cinéfagas en algún software doble de su infancia y adolescencia en Los Ángeles. Cada película va asociada a un espacio, a un divulgado, a un retentiva específico.
En los sucesivos investigación de los filmes descarnados y de bajo presupuesto de los 70 (la mayoría, crónicas de venganza), algunos conveniente populares –Harry El Desaseado (1971), Defensa (1972), Taxi Driver (1976), La fuga de Alcatraz (1979)…–, y otros menos –La ordenamiento criminal (1973), Daisy Miller (1974), El aposta de Corea (1977)…–, Tarantino aborda su investigación desde el retentiva emocional y el conocimiento muy documentado de las condiciones de producción de aquellos trabajos.
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De tal modo, su lúcida, flamante defensa de Taxi Driver como una comedia (la primera parte, al menos) es un pasaje a la que considera la semilla industrial del mercancías, El justiciero de la ciudad (1974), con Charles Bronson. En una reprimenda a Scorsese (¡quién iba a decirlo!), estas páginas se abren a un espacio de advertencia desde el cual explica indirectamente su postura decente de la representación de la violencia en la pantalla.
Tarantino aborda su investigación desde el retentiva emocional y el conocimiento muy documentado de las condiciones de producción de aquellos trabajos
Se pregunta Tarantino: “¿Escribía Kevin Thomas sobre las películas tal como deseaba que fueran?”. El cinéfilo desde luego no puede evitar el deporte de imaginar películas inexistentes. El fragmento en el que especula sobre Taxi Driver dirigida por Brian de Palma (como pudo ser el caso) es otro de los tesoros de este vademécum. Se disfruta mucho su repaso, nos contagia su pasión hasta la obligación de revisar esos filmes, y a su vez invita a recorrer un periodo en el que el cine en salas ejercía una influencia política y social actual en la población.
Pero sobre todo este declaración apasionado es una evidencia del talento que germinó como espectador y desarrolló como cineasta para centrifugar en su propia voz las ramificaciones de su desatada cinefilia. Y así este vademécum correctamente podría ser su Santo Cáliz.