En su primera novela tras ser apuñalado, Salman Rushdie habla de su vida… quizás sin querer

Salman Rushdie perdió un ojo tras ser atacado en agosto en Estados Unidos por un extremista islámico.

En estas horas está saliendo a la cesión -en el boreal y en el sur- la nueva novelística de Salman Rushdie, Ciudad Trofeo. Sin duda alguna, lo que más le gustaría al autor -nacido en Mumbai en 1947 y devenido en ciudadano del mundo- es que habláramos de esta nueva entrega de su vasta obra simplemente a partir de sus méritos literarios. O, mejor aún, sobre el dicha que produce su repaso. Y no del ataque que sufrió en agosto, cuando un fanático musulmán le dio más de diez puñaladas. Es muy difícil concentrarse en la letras, pero lo tenemos que intentar.

Tal vez, para imaginarnos este posible ataque, tendríamos que inventar un maestro imaginario. ¿Puede ser que aún exista una apasionada lectora principiante que devore las novelas en un frenesí, sin importarle las biografías de los autores o los contextos históricos y políticos de libros (y sin estar conectada a Internet)?

¿Recuerdan esa etapa de la vida? ¿Cuando el tiempo era elástico? ¿Cuando el cuerpo daba para todo? Cuando, sin querer, te tirabas sobre el sillón al crepúsculo con un texto en las mano y -de repente, como si hubiera pasado un momento nomás- se escuchaban los primeros pájaros de la mañana. Levantabas tu cara de las páginas y las ventanas estaban ya grises con el amanecer. Sin darte cuenta, no habías parado de interpretar.

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Este es el espíritu que hay que traer a la repaso de Ciudad Trofeo. Luego habrá tiempo para reflexionar sobre su significado más amplio. Pero en este nivel cero de repaso -despojada de contexto- la novelística no revela ninguna de las tramas biográficas del autor. Ni, necesariamente, se podrá determinar el índole o época de quien la escribió. Ayer que falta, es un gran entretenimiento.

Abrimos la tapa, vamos a la primera página y, abracadabra, se abre un mundo. La movimiento está situada en una traducción del imperio Vijayanagara, del sur de India, entre siglo XIV y el XVI. Es una narración polifónica, armada en moyálico, burlona, erótica, irreverente. Es puro contar. Siempre quieres retener… ¿y ahora qué pasa?

En el zaguero día de su vida, con doscientos cuarenta y siete abriles de época, la poeta, profeta y milagrera –Pampa Kampana– pone final a su poema épico sobre el imperio de Bisnaga. Nos enteramos de entrada que la novelística es, en existencia, un sinopsis en prosa de los acontecimientos relatados en el poema de más de veinticuatro mil versos titulado Trofeo y Derrota. El narrador sin nombre nos avisa que la historia rastreo el entretenimiento y posible instrucción del maestro de hoy: “…sea zagal o remoto, culto o menos culto, ya busque la cabeza o le divierten los disparates, gentío del boreal como del sur, seguidores de tal o cual dios o de nadie, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la afabilidad y plebeyos de carnet, gentío buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas.”

Como Las ciudades invisibles de Italo Calvino, Ciudad Trofeo es una narración sobre cómo se construyen mundos. Tras suceder tirado unas semillas y sembrado Bisagna de un día para el otro, se tiene que acomodarse de darles vida a sus ciudadanos. Va caminando por las calles de los durmientes seres, aún inconscientes, susurrándoles, “Estos nuevos ciudadanos necesitan historias que les expliquen qué clase de personas son. Si honestas, deshonestas o una cosa intermediaria. La ciudad entera no tardará en tener anécdotas, expresiones, amigos, rivalidades. No podemos esperar toda una coexistentes para que la ciudad devenga en un emplazamiento actual.

Así comienza esta historia. Pero sabemos que Ciudad Trofeo además es un capítulo en la historia de Rushdie mismo. Y que esa es una de las historias más conmovedoras de la letras de este entresiglo poético. Todos sabemos el descripción. El 14 de febrero de 1989, Rushdie tenía 42 abriles. Llevaba unos meses de paseo promocionando su tercera novelística, Los versos satánicos, que se había publicado en septiembre del año susodicho. Su novelística previa, Hijos de la medianoche (1981) había sido recibida con elogios rimbombantes. Ganó el Booker. La vida le sonreía. Pero ese San Valentín del 1989, el mismo día del funeral de su amigo Bruce Chatwin, el líder de Irán, el Ayatola Jomeini, pidió la ejecución de Rushdie por blasfemia contra el Islam.

Manido retrospectivamente, la fatwa contra Rushdie se puede ver como la contracara del optimismo que provocó la caída del Pared de Berlín en noviembre de ese mismo año. El Poniente se vestía de fiesta. Algún cambio sísmico había ocurrido, se pensaba. Francis Fukuyama, rimbombantemente, declaró el Fin de la Historia. Lo de Rushdie era un escándalo, pero, al mismo tiempo, se vivió como una anomalía. Con la caída de la Unión Soviética, más aún, la injusticia sobre Rushdie se veía no como un caso original de un nuevo prototipo, sino como una desgracia insignificante.

El escritor Salman Rushdie vivió abriles ocultándose.

Por varios abriles, Rushdie vivió en la clandestinidad; al manifestación, más distinguido por sus circunstancias que por su arte. Pero pronto se acomodó y eligió la escritura como su forma de resistor. Sin rencor y sin convertir sus desgracias en material para su ficción. Volvió a salir al mundo, sin guardaespaldas, sin temor. Se hizo ciudadano de los Estados Unidos. Retomó la vida de un hombre de humanidades, un dandy de parada calibre en Manhattan.

La autora actual de Ciudad Trofeo es Pampa Kampana. Ella crea el imperio y le da forma. En un traspié, el narrador oculto nos cuenta, “Fue así como Pampa aprendió la clase que todo creador, inclusive el propio Todopoderoso, debe educarse: una vez que has creado a tus personajes, tienes que resignarse con las decisiones que tomen. Ya no tienes la confianza de rehacerlos a tu antojo. Son lo que son y hacen lo que hacen.”

Catastróficamente, el escritor sombrío de la vida de Rushdie quiso ponerle un capítulo final a su vida hace seis meses. El 12 de agosto del año pasado, un soleado viernes a la tarde en el bucólico pueblo de Chautauqua en el estado de Nueva York, Rushdie se presentó frente a una audiencia para dar una charla. Y pasó lo que siempre estuvo encubierto: un atacante, vestido de aciago, se le tiró encima apuñalándolo en la cara y el cuerpo muchas veces, dejándolo al borde de la asesinato. Como el Ayatola Jomeini en su momento, el atacante de Rushdie, un triste zagal secreto, no había docto a Rushdie. La ponencia que iba a dar el novelista de 75 abriles era sobre los Estados Unidos como un refugio seguro para escritores perseguidos.

Salman Rushdie, sin confiscación, como sus mismos personajes, resiste contra las narraciones que se le imponen desde una inteligencia cósmica. En Ciudad Trofeo, Pampa Kampana le dice a un apaño: “Bukka, Bukka -musito-, la vida es un balón que sostenemos entre las manos. Depende de nosotros animarse a qué jugamos con él.

No hay dudas que esto además es una convicción del creador de Pampa Kampana. Las últimas fotos de Rushdie lo muestran sonriendo, mirando fijo a la cámara, con uno de sus antiparras de sus anteojos de vidrio aciago. Parece un pirata jocoso. Parece el autor de una novelística tan burbujeante, alegre y exuberante como Ciudad Trofeo.

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