Isabel Preysler y Vargas Llosa: la separación de dos poderosos – Entretenimiento – Cultura

Fue la historia de aprecio de dos poderosos: Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. Ella, la dueña del espectáculo mediático en España; él, el intelectual de habla hispana más importante del mundo. Isabel: la reina de la prensa rosa; Mario: la corona de la civilización. Nunca se casaron, pero pareció que sí. Un relaciones de ocho primaveras que daba la impresión de ser un nupcias de medio siglo. Miles de telediario rodeando de ellos, como si se tratara de una relación que se perdía en el origen de los tiempos.

Pero la separación llegó. Lo anunció la filipina, nacida en Manila hace 71 primaveras, en el santuario mediático de la prensa rosa: ¡Hola!, su segundo hogar, la publicación que le ha hexaedro más portadas a Isabel que a ninguna otra persona en el mundo. Con la monopolio bajo el benefactor, la revista puso el tono a las fiestas decembrinas. Preysler expresó: “Mario y yo hemos decidido poner a nuestra relación definitivamente”.

No era una inocentada. Era una verdad cantada desde hace meses. Por eso, a Isabel se le escapó la palabra ‘definitivamente’. Porque las separaciones fugaces venían de tiempo a espaldas. La última vez Vargas Llosa salió de la casa de la filipina, situada en el prestigioso judería de Puerta de Hierro, para nunca regresar. Volvió a su alojamiento en el centro de la hacienda de España, donde había vivido con su exesposa, Carmen Patricia Llosa, situado exactamente en la calle de la Flora.

El círculo cercano a Vargas Llosa cuenta que la casa de Isabel, una mansión de la avenida Miraflores, se había convertido en un empleo de novelística desde 2015.

Se mezclaban los flashes de los periodistas del corazón con los cultos libros del premio Nobel. Mientras ella daba primicias sobre su propia vida y la de sus hijos, él escribía letras y leía obras que exquisitamente le seleccionaban sus colaboradores.

Mientras desfilaban maquilladores y peluqueros por la casa para atender las exigencias cosméticas de la “reina de corazones” –como suele llamarse a Preysler–, Vargas Llosa recibía a intelectuales llegados de todas partes del mundo y a políticos latinoamericanos interesados en el pensamiento altruista del escritor.

Allí, pues, cohabitaban el espectáculo y la civilización. Hasta que reventaron las cosas. Hasta que llegó la separación entre dos formas de ser. Vargas Llosa odiaba el espectáculo que se había tenido que sujetar con Isabel, y Preysler odiaba tener que deliberar con parentela que solo hablaba de libros y literatura. Mientras el premio Nobel recibía telediario como su selección a la Institución Francesa, la socialité recibía reclamos de sus cercanos admiradores que le pedían más o menos prorrata en sus vestidos.

Los amores de la filipina
Isabel Preysler llegó a España desde Filipinas a los 17 primaveras impulsada por sus padres, que estaban inconformes con una relación sentimental de la bella hija.

Pronto atrajo al popular cantante Julio Iglesias, con quien tuvo tres hijos: Chabeli y los cantantes Julio José y Enrique. Y llegó la separación. Las infidelidades mutuas habrían sido la causa. Pero ella ya brillaba en las páginas de las revistas del corazón: era la exesposa del cómico más internacional de España.

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Al sitio del tiempo echó redes sobre la flor. Conquistó a Carlos Falcó, marqués de Griñón, un hombre que consumía fortunas heredadas hasta que Isabel le dijo que se iba a arruinar si no se ponía a trabajar. Falcó, gracias a Preysler, se convirtió luego en un importante patrón vinícola. El nupcias duró cinco primaveras y tuvo una hija: Támara Falcó Preysler, marquesa de Griñón, emplazamiento a ser la sucesora de su matriz en el mundo del espectáculo rosa.

Posteriormente optó por un político, agradecido economista y exministro de Hacienda, Miguel Boyer, con quien tuvo una hija, Ana. Está casada con el tenista Fernando Verdasco y es matriz de un hijo. Boyer sufrió un derrame cerebral e Isabel permaneció a su banda hasta su fallecimiento en 2014. La pareja era amiga de Vargas Llosa y su esposa y compartieron varios viajes juntos. Isabel ya sabía que le gustaba al nobel.

Uno y otro se habían conocido en la término de los ochenta. “Vi por primera vez a Mario en San Luis, Misuri, cuando lo entrevisté en el año 1986 para ¡Hola!”, contó Preysler hace algunos primaveras. El escritor quedó maravillado con la filipina. Le escribió una carta en la que le confesó sus sentimientos, pero decidió respetar los matrimonios de entreambos. El aprecio quedó congelado hasta febrero de 2015.

Un romance de novelística
Uno y otro viajaron invitados por la empresa Porcelanosa para examinar al entonces príncipe Carlos en el palacio de Buckingham. El romance tomó cuerpo y estalló la anuncio: se declararon públicamente enamorados.

El escritor se separó de su mujer, Patricia Llosa, posteriormente de celebrar las bodas de oro. Fue criticado con dureza por sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana, que inicialmente tomaron partido por la matriz.

“Mis hijos y yo estamos sorprendidos y muy apenados por las fotos que han aparecido en una revista del corazón”, dijo Patricia. “Hace tan pronto como una semana estuvimos con toda la tribu en Nueva York celebrando nuestros 50 primaveras de casados y la entrega del doctorado de la Universidad de Princeton”.

Vargas Llosa se fue a conducirse a la casa de Isabel. Parecía un aprecio idílico, pero, tras ocho primaveras de convivencia, llegó la ruptura. Fue una sumatoria de causas: celos del escritor, de quien siempre se ha dicho que es un hombre impetuoso; incompatibilidad de ambientes profesionales; desgaste; partida de un esquema global; y, según informó a El País una persona cercana al nobel, “Él ya parecía sentirse incómodo viendo su imagen convertida en un adorno, en un aliciente para fiestas, eventos y hasta para el documental de la hija de Isabel, Tamara Falcó”.

Nadie, en todo este tiempo, se percató de que Vargas Llosa había expresado sus sentimientos en Los vientos, un relación de tintes autobiográficos, publicado en 2021, donde podrían hallarse varias claves de la ruptura: “Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la manía de desentenderse a mi mujer, pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: desentenderse a Carmencita por una mujer que no valía la pena […]. Todas las noches pienso en ella y le pido perdón”.

En el relación, Vargas Llosa relata la historia de un hombre que se arrepiente de deber cambiado a su esposa por otra. “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita. Nunca la quise. Fue un afecto violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui atinado […]. Fue un afecto de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para carencia, a excepción de para hacer pipí”.

El nombre de Carmencita coincide con el nombre completo de su prima y exesposa, Carmen Patricia. La momento de redacción del relación –2020– indica, encima, que el desenamoramiento había empezado dos primaveras a espaldas.

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Inspección al futuro
Según informó El País, diario del cual es columnista, Vargas Llosa, de 86 primaveras, “está de buen talante y trabajando en una nueva novelística”, mientras Isabel Preysler optó por delirar a los Estados Unidos para acaecer el fin de año y la fiesta de los Reyes Magos con sus hijos y nietos. La exesposa del nobel, en República Dominicana, no ha comentado la anuncio.

Tras el divorcio, se repartieron el patrimonio inmobiliario: el escritor se quedó con los apartamentos de Madrid y París, y Patricia, con el de Nueva York, situado en la calle 57 con la Octava Avenida, y con la propiedad emparentado de Listón.

La pareja divorciada tiene cinco nietas y un nieto. Una de sus nietas se casa en marzo, poco posteriormente de que el yayo tome posesión como miembro de la Institución Francesa, la más prestigiosa y cerrada institución de las literatura de Francia.

Isabel Preysler continuará con sus esperadas apariciones mediáticas en España. Uno y otro, sumamente poderosos, seguirán con sus vidas singular, posteriormente de protagonizar una novelística no escrita que aún dará mucho que conversar.