Ojete Calor, la mejor forma de constatar que el «subnopop» nos hará libres

Carlos Areces, tío culto y educadísimo, es comedia en estado puro. Incluso cuando acento en serio, y lo hace, es divertido de una guisa tan natural como otros somos morenos, flacos o hipermétropes. Virtuoso conversador, rápido en la réplica, y con la ocurrencia precisa siempre en la recámara, el actor, cantante, humorista, coleccionista, dibujante (soy mocatriz, soy mocatriz) hace que toda conversación se antoje breve. Y ese huella, esas ganas de más, lo produce incluso el estrafalario, irreverente y disparatado dúo, «Culo Calor», que forma conexo a Aníbal Gómez cuando el primero se convierte en Carlos Culo y el segundo en Aníbal Calor. La propuesta no puede ser más iconoclasta, ni el resultado más sorprendente, ni, sus inicios, más locos.

“Podríamos opinar que Culo Calor fue una broma que se nos fue de las manos”

«Podríamos opinar que Culo Calor fue una broma que se nos fue de las manos», reconoce Carlos. «Surge un día en Madrid con tapas y minis muy baratos. Estaba con Aníbal y tratábamos de atreverse cuál era el mejor nombre que un categoría de música podía tener. Y luego de varios intentos apareció una conjunción de palabras que me pareció mágica: Culo Calor. Y el ulterior paso era crear el categoría por pura coherencia y por neutralidad histórica: privar a la historia de un categoría llamado “Culo Calor” nos parecía inadecuado. Ese día diseñamos la portada del disco, que era una parodia de “ya viene el sol” de Mecano que se titulaba “ya viene el culo” y estábamos los dos señalando entre las montañas de donde surgía un culo brillante, y una track list que no tuvo ausencia que ver con el primer disco efectivo. Todo era así de central, no daba para más», asegura sobre el comienzo del categoría.

«Solo retentiva que una de las canciones se llamaba Salmonela y llego a tener parte de pago: “me engañaste como huevo de verana, te comí y me sentaste mala”. Era una rima increíble, retorcíamos las palabras para que encajaran como fuese. Vamos, lo que ha hecho Nacho Cano toda la vida. Se podría opinar que éramos en ese inicio un categoría homenaje. Reconozco que para mí la broma acababa ahí. Pero mi sorpresa fue cuando Aníbal unos días más tarde me dijo “he hecho una saco para Culo Calor”, y dije “ah, pues ausencia”. Y de repente teníamos una serie de bases con una serie de trivio, y empezamos a proceder de la guisa más tonta», admite.

Y añade: «la primera conducta fue en las fiestas del pueblo de Aníbal, y nosotros presentamos una de las actuaciones. Salimos allí con un ejemplar de una revista para adolescentes, con antiparras, pelucas… Era todo improvisación y teníamos preparada una saco para cantar una canción. Fue una cosa dadaísta, horrible y agresiva. Hubiese avergonzado a los Sex Pistols. No tenía sentido alguno, era sofocante. Pero ese día, una de las actuaciones era de Joaquín Reyes y le hicimos gracejo y nos invitó a proceder en una fiesta de homenaje por los cincuenta programas de la Hora Chanante. Y allí nos vio el director de otro software y nos invitó a participar en él. Y así empezamos a aparecer en festivales absurdos que no veía nadie. Y de pronto teníamos un disco. Es así de insensatez. Nunca el concepto “una broma que se nos fue de las manos” ha estado mejor representado que con Culo Calor».

Coleccionista de colecciones

Sí tiene Aníbal una vinculación con la música y había pertenecido a algún categoría con antelación. «Toca instrumentos», dice Carlos, totalmente admirado por lo que para él parece casi alquimia. «Para mí, que soy un torpe categórico, eso es atractivo. Me alucina. Es un superpoder: Aníbal toca la guitarra y toca el teclado. ¡Y adicionalmente entona!. Yo, los primeros conciertos, no es solo que no entonara, es que como no tenía ningún tipo de formación ni de praxis, a la segunda canción me quedaba sin voz. Yo gritaba con todas mis fuerzas y acaba como Pepe Isbert» Eso sí, «muy fieles a los postulados del punk, no nos preocupaba lo más reducido la mala calidad vocal. Pero vamos, ni siquiera hoy en día. Quien venga hoy en día a un concierto de Culo Calor pensando que va a un concierto de Operación Triunfo, viene muy inexacto». «Tenemos un manifiesto que no nos merecemos», dice Areces. Pero no solo de subnopop vive el hombre, y es Carlos, cuando no es Carlos Culo sino Carlos Areces, un tipo justo y docto. Uno con el que puedes charlar de cómics, de fotografía, de ahora. Y es un gran coleccionista.

Conocida es su colección de fotografías post mortem, poco fascinante: «a mí siempre me ha gustado la fotografía antigua», explica, «y interiormente de la fotografía antigua me gustaba especialmente la fotografía sabido, la pensada para consumir en la intimidad de la tribu, que es la que más retrata la cercanía entre las personas. Las de comunión me alucinaba: esos niños envueltos en esas telas, esas caras asustadas… Yo tenía ya una gran colección, pero viendo la película de Amenábar “Los otros”, descubrí que existía otro tipo de fotografía que era la fotografía post mortem, fotografías de multitud muerta. Es increíble lo que la multitud estaba dispuesta a hacer por memorar a sus muertos, y que estaba muy existente en el S.XIX. Descubrí –señala el comediante– que tenía un sentido: a lo desprendido de ese siglo la fotografía era carísima, podía resistir a costar hasta cinco veces el sueldo de un trabajador, así que no estaba al talento de cualquiera. Así que en un momento en el que la mortalidad pueril era veterano, era posible factible que un hijo tuyo muriese antaño de que pudieras hacerle un retrato. El ser humano necesita empeñarse a sus saludos. Y ese es su origen: la requisito de memorar».

En torno a 150 fotografías post mortem tiene el actor, pero incluso colecciona carteles de cine, y afiches, y álbumes, y cómics, música. Es Carlos coleccionista de colecciones. «El placer del completismo», dice. «La enfermedad del coleccionista es que, si tú tienes una colección, de lo que sea, tú solo vas a ver el hueco de aquello que equivocación para completarla. Sólo puedes conducirse con angustia la equivocación. Y cuando la completas, ese momento, eso sí es oro». «Esa es la historia de mi vida», dice entre risas. Inauditamente en estos tiempos, no tiene Carlos Areces redes sociales: «no tengo ninguna red social. Me dan más miedo que otra cosa y no tengo ningún interés». Está convencido de que las redes estimulan lo hostil y agresivo y prefiere mantenerse al beneficio de ellas. «Es que, en contra de lo que se cree, el definitivo motor de la humanidad no es el aprecio, es la envidia».

Apoteosis mongola

Por Javier Menéndez Flores

Érase una vez dos cachondos que decidieron formar un dúo musical como quien se abre una conserva de fabada Ribera frente a la teletienda. Si inventaron un subgénero –fruto de la degeneración de varios subgéneros– por el más puro azar o fue una idea meditada desde que recibieron la primera comunión es poco que entra, me temo, en la categoría de los grandes misterios de la humanidad, como las desapariciones en el Triángulo de las Bermudas o la existencia del Execrable Hombre de las Nieves. Lo que sí sabemos es que a lo que pensaban hacer lo llamaron subnopop, lo cual daba una idea clara de por dónde caminaría aquel despropósito con cuatro patas proporcionadamente gordas.

Desde su misma creación, esa cosa estaba condenada a ser carne de discoteca gay de extrarradio y a convertirse en objeto de culto y adoración de cuatro frikis radicales y un par de serial killers fuertemente influenciados por «Zombis paleto» y «Justino, un criminal de la tercera perduración». Pero Culo –ay– Calor se agarró con vehemencia a su nombre y se ha ciscado en la razonamiento: el pasado noviembre metieron a 12.000 zumbados en el Wizink, una gesta que sólo podría exceder un bombero torero saliendo a hombros de Las Ventas.

Los incluso actores Carlos Areces (Culo) y Aníbal Gómez (Calor) son dos tipos listísimos y «leídos» que cuando se suben a un escena se transforman en unas mamarrachas supersónicas. Pero el caso es que los escuchas y, vulnerar, molan. Porque es que en la música no todo va a ser solemnidad y ceños fruncidos. A veces, el disparate candela a tu puerta y lo compras sin regatear y a tocateja. Porque hay días en que el cuerpo te pide platos exóticos, y ahí está Culo Calor como están esas patatas fritas con sabor a vagina que ha comercializado una empresa lituana. Para contentar a los paladares adictos a lo di-fe-ren-te. En las delirantes raíces del subnopop, y por ceñirnos a lo musical, se encuentran Las Grecas, Pimpinela, Georgie Dann y Daniela Romo. Y a ver quién se resiste a parecido salpicón. Son Culo Calor los nuevos Almodóvar & McNamara, sólo que con la espumarajo colgando.

Una interpretación involucionada de aquel subversivo dueto de los ochenta cuyas trivio cargaban más pólvora que las de Extremoduro. Como en el caso de sus ilustres predecesores, los títulos y textos de las canciones de OC tiran del insensatez y son como su aspecto, un susto. Miren si no «Tonta gilipó»: «Eres tan Holocausto, / eres tan extirpación civil, / eres tan peste negra, / eres tan feria de abril». O «Viejoven»: «Llevas treinta abriles pareciendo que tienes setenta abriles. / Desde este ángulo estás tan feapa, / tan fea y tan guapa». Son las ocurrencias de dos tipos que en sus conversaciones privadas utilizan palabras como «vacaburra» y «fonoporta», y eso lo explicaría (casi) todo.

Cuando nos confinaron, estos dos jetas ilustrados crearon un hit sin moverse de casa: una interpretación muy «súcnor» de la bella «Agapimú» que la bella Ana Enredo popularizó en los estertores de los setenta. Y el que la cantante y actriz accediera a participar en el vídeo con el que la dieron a conocer fue para los Culo Calor una inyección de vaselina: los vio todo el mundo, y el sí fue conforme. Si Warhol se hubiera chocado con ellos en el súper los habría retratado con esa cámara diminuta que llevaba siempre consigo. Y Paul Morrisey los habría metido en una de sus películas protagonizadas por Joe Dallesandro, aquel chulazo al que si Culo y Calor hubieran manido en persona se habrían derretido como helado de frambuesa bajo el sol. Es un hecho: el subnopop llegó para quedarse. Y sus sumos hacedores aún tienen mucho que gruñir. Viva la superiora que las parió.