Como si fuera un chiste: se abre el telón y sale un hombre vestido como le viene en deseo hablando de lo que le apetece. Se cierra el telón y el eco de los comentarios se ciñen a lo que ha dicho y cómo lo ha dicho. Aplausos. Se abre el telón de nuevo, esta vez en San Remo, y sale Chiara Ferragni vestida de Dior. Arranca a repasar un carta a su “yo, de pupila” que, en ingenuidad, es un discurso feminista sobre el madurez constante al que están sometidas las mujeres. No da tiempo a que se suspensión el telón cuando emerge la voz de la “vulgaridad”, esa que se centra en instruir lo que hace la influencer italiana.
¿Por qué no se acento de lo que ha dicho y se impone la voz que critica los medios que ha utilizado Chiara Ferragni para denunciar una situación de desigualdad? “Como mujer, harás frente a muchas batallas y trabajarás el doble que un hombre para que te tomen en serio. No podrás residir autónomamente en tu cuerpo porque si lo escondes eres una monja, si lo enseñas eres una puta. Leerás cientos de comentarios que te recordarán el sexismo que desafortunadamente está normalizado”, dijo Chiara Ferragni.
En la resaca de su discurso, parece que no importa qué dijera, a quien, ni cómo. El madurez volvió a imponerse. ¿Hace descuido que salga un señor y lea la carta por ella? La influencer italiana tenía muy clara cuál iba a ser su intervención en el Festival de la Canción de San Remo, tanto como para urdir un plan con su querida Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior de forma que apoyara su discurso en la Reincorporación Costura. Cuatro vestidos, con cuatro significados: uno contra el odio, sentimiento que proporcionadamente conoce Chiara Ferragni por los mensajes que recibe en sus redes sociales, otro en modo manifiesto para dirigir la albedrío, uno más para rebotar la opresión de los estereotipos de belleza y el de la desnudez, por el que la han calificado de vulgar, con el que pretendía dar valía al cuerpo de la mujer por encima de la sexualización.
No tiene por qué gustarte la técnica. Por supuesto que no. Pero fogata poderosamente la atención que se siga imponiendo la voz del instrucción rápido, por encima del pensamiento crítico. “Ordinaria”, “vulgar”, “inadecuada”, son los calificativos más redundantes en las redes sociales sobre su intervención que, sin oportunidad a dudas, se refieren exclusivamente a su apariencia y su vestimenta. Acordado lo que ella denuncia en su discurso. Al punto que unas voces se limitan a resolver el contenido de su mensaje que, para más datos, no se ciñe solo a una cuestión estética, sino a todos esos hitos de su vida en los que ha enemigo diferencias de trato sólo por su productos.
“Nuestra sociedad te ha enseñado que cuando te conviertes en matriz tienes una nueva identidad y será lo que te define: eres solo una matriz. Piensa un segundo en esto: ¿Cuántas veces la sociedad nos hace notar culpables porque las mujeres trabajamos y estamos remotamente de nuestros hijos? Prácticamente siempre. ¿Y cuándo se hace lo mismo con los hombres? Nunca. Pero te digo una cosa: siempre harás lo mejor para tus hijos y ese será el pensamiento más importante cada día. Eres una buena matriz, no perfecta, pero lo suficientemente buena”, decía Chiara Ferragni visiblemente emocionada. Ni un comentario sobre esto. Y eso que todas las madres se pueden identificar con ello. No. El vestido, es vulgar. Se le transparenta un pecho. No es necesario que se instinto así para sostener eso.
La mayoría de los comentarios que juzgan a Chiara Ferragni provienen de perfiles femeninos. Mujeres que enjuician a una mujer que está denunciando el sexismo en sociedad y cuyo mensaje se queda encajado en un vestido. Hasta ese punto de influencia ha llegado el machismo. Porque para denunciar la sexualización tienes que hacerlo tapada, no puedes enseñar un pecho cuando la sociedad se ha encargado de cosificarlo. Ni puedes hacer un alegato por la albedrío vistiendo como te venga en deseo, ¡menudo despropósito! La “vulgaridad” se vuelve a imponer diluyendo el mensaje, destruyendo la imagen de la autora, menoscabando su autoestima (o tratando de), para que esa confianza no resuene como eco de fondo que llegue a las nuevas generaciones, sino que el poso que quede sea el comentario destructivo sobre otra mujer que se ha “·desnudado” para que la escuchen pero nadie hace el más exiguo caso.