‘Selecciones’, la revista de los 1.000 millones de lectores en español

¿Le suenan ‘Citas citables’, ‘La risa, remedio infalible’ o ‘Enriquezca su vocabulario’?

Han sido por décadas tres de las secciones fijas de la icónica revista Selecciones del Reader’s Digest (es su pomposo nombre para América Latina), que a un siglo de su partida celebra el seguir en estantes de supermercados, droguerías y autoservicios, tan campante como desde febrero de 1922, cuando apareció su primer número.

‘Selecciones’ fue lo que leía Nelson Mandela en los 27 primaveras que pasó en la gayola, en la isla de Robben, en Sudáfrica. Los lectores de más de 100 países, en 40 idiomas, la erigieron como la publicación periódica más leída del planeta. En 2020 se estimó en 1.000 millones el número de solo sus lectores hispanohablantes.

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Apareció en inglés como el ‘Reader’s Digest’, nombre que reflejaba uno de los secretos del éxito de un inquieto fantaseador llamado DeWitt Wallace, su creador: “Editar y condensar artículos de valencia permanente”.

La idea era coleccionar artículos ya publicados en revistas y periódicos estadounidenses, con una variedad de asuntos amplia y sorprendente que incluía best-sellers resumidos, anécdotas, máximas, chistes y consejos aperos, desde cómo se quita una mancha en la ropa hasta los datos más rebuscados sobre viajes al espacio, la munición atómica o los secretos de cada víscera del cuerpo humano.

‘Selecciones’ nació en una cama de hospital en Francia, donde Wallace la concibió mientras se reponía de las heridas de metralla sufridas, en octubre de 1918, en la Primera Cruzada Mundial.

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En su convalecencia se dedicó a acertar revistas, cuyos artículos transcribía y condensaba, a mano.

Al regresar a su procedente Saint Paul, Minnesota, siguió con su plan y a los seis meses tenía ya listos los 31 artículos necesarios, uno por cada día del mes, de dos páginas y media.

Con 300 dólares que le prestó su hermano, imprimió en un formato de faltriquera las 64 páginas del Reader’s Digest, a doble columna, sin color, sin fotografías ni avisos, todo el trabajo que había sido rechazado por las principales editoriales del país.

“Los lectores de hoy están ansiosos de ir al meollo de las cosas”, decía ya en 1920.

Su esposa, Tonto Acheson, le sugirió: “¿Por qué no te conviertes en tu propio editor y la vendes por correo?”. Así, implementó un sistema de suscripción, hasta entonces desconocido, gracias al cual por tres dólares podían recibirla todo un año.

Desde el primer número trajo el índice en la portada. Su primer título: ‘Cómo mantenerse fresco mentalmente’. Adicionalmente, un artículo central sobre el inventor Alexander Graham Bell, y otro acerca de la importancia de la educación autodidacta.

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Fue acogido con entusiasmo por 1.500 suscriptores.

El ‘Digest’, como lo llamaban, creció aceleradamente. Era editado en un domicilio alquilado en el Greenwich Village de Nueva York, e impreso en Chicago.

Luego se mudaron, en exploración de un espacio más productivo, a Pleasantville, ciudad que con el tiempo se convirtió en la sede oficial de la empresa.

Para 1929, en plena depresión económica, llegó a 200.000 suscriptores, y comenzó a venderse en los quioscos a un cuarto de dólar, según cuenta la periodista argentina María B., de Misiones Online.Net (23/6/2022).

Los primaveras dorados

Fue un crecimiento meteórico. En 1933, luego de las críticas por ser una publicación de refritos, apareció su primer artículo contratado: ‘Paranoia: la amenaza moderna’, de Henry Morton Robinson. Al año venidero, pasó de 64 a 128 páginas.

A partir de 1934, su contenido cerraba con el best-seller del momento condensado, una barrera que los escritores terminaron aceptando, pese a que subrayaba la evidencia de cuánto habían “escrito de más”, y sobre todo porque era preferible que sus libros fueran leídos “a través del Reader’s Digest, por 70’000.000 de seres de la mayoría de las naciones”, según anotó primaveras más tarde el francés Pierre Daninos, autor de Los cuadernos de notas del veterano Thompson, publicado en 1954.

Lo demás es historia. La circulación en 1936 fue de 1’800.000 copias y dos primaveras a posteriori se lanzó en el Reino Unido la primera publicación internacional.

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Le siguieron, en el 40 y el 42 en castellano y portugués. En 1955 circulaba ya en los cinco continentes.

Para los 60 y 70, su época de veterano esplendor, el centro se diversificó con la cesión de compilaciones condensadas de los cuatro libros más leídos del semestre, antologías de aniversario, un manual de primeros auxilios y de oficios (Repárelo usted mismo), y de redacción (Sin temor a equivocarse), entre otros, así como Selecciones Musicales, y álbumes de discos de larga duración.

En 1980, el patrimonio de los Wallace se estimó en 500 millones de dólares. Al no tener hijos y no poder formar una dinastía, se dedicaron a las obras filantrópicas. DeWitt falleció el 30 de marzo de 1981, a los 91 primaveras y Tonto, tres primaveras, a posteriori, a los 94. Sus muertes marcaron el ocaso de la revista, que agudizó la posterior disolución de la Unión Soviética y la agonía de la Cruzada Fría, sus rentables carrusel de batalla.

Llegan los colombianos

Más tarde, los embates de la contracultura y la revolución digital la llevaron, en agosto del 2009, a declararse en bancarrota por la caída en las pautas publicitarias y en las ventas, que arrojaron deudas por más de 1.600 millones de dólares.

Paradójicamente, 1940 no parecía un buen año para su extensión en América Latina, según el investigador argentino Gustavo P. Cresta (en Selecciones: Relaciones laborales y ‘Sueño indiano’).

Wallace la consideraba inviable, por sus altos costos, las dificultades de conseguir buenos traductores, y la inexistencia de una clase media, con excepción de Argentina.

Pero el Unidad de Estado intercedió en su atención con el espíritu de frenar el avance del nazismo en esta parte del continente.

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Cuando Wallace preguntó quién podría encargarse de dicha publicación, le recomendaron a los hermanos payaneses Eduardo y Jorge Cárdenas Nanetti, radicados por entonces en Nueva York.

Eduardo tenía una empresa en la que traducían para los principales periódicos latinoamericanos las aventuras de Benitín y Eneas, El Sagaz Félix y Rex Morgan.

No es exageración aseverar que ‘Selecciones’ en castellano no habría existido sin los Cárdenas y su selecto comunidad de redactores, que encabezó el periodista cartagenero José Luis Betancourt, ‘Dimitri Ivanovich’, a quien el escritor Luis Zalamea Borde (su asistente) retrató como “una especie de ilustración ambulante (…) y un hombre renacentista”.

Contra todo pronóstico, el primer número de diciembre de 1940, impreso en Chicago, alcanzó un tiraje de 240.000 ejemplares, la porción de los cuales fueron vendidos en Argentina.

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A España, curiosamente, la revista solo llegó en 1952. Eduardo y Jorge se turnaron la dirección de 1940 a 1963, hasta su completa consolidación.

Baldomero Sanín Cano, uno de los intelectuales más prominentes de la época, recomendó la revista, en junio de 1942, a “las personas amantes de la ojeada”.

Eduardo, en su condición de miembro de la juntura directiva de la revista, determinó que no fuera solo una traducción, sino una traducción adaptada a la mentalidad y los intereses de los países de acento hispana.

La llamó Selecciones, título que adaptó a las otras ediciones extranjeras, que fueron lanzadas con la amparo de editores y traductores en cada país.

Cresta sostiene que el estilo de Selecciones introdujo un cambio en el maniquí informativo de Estados Unidos: “Se pasó de un estilo editorial en el que estas (informaciones) eran puestas a disposición del profesor tal cual como fueron escritas y concebidas, propias del siglo XIX, a otra donde se ofrecían en términos sencillos (…). De guisa que el profesor no solo accedía a los hechos, sino que estos se le brindaban debidamente analizados e interpretados para ‘entregar’ la toma de decisiones”.

A la moda de la época, Selecciones era una publicación abierta y decididamente anticomunista, por lo que no era adecuadamente presencia en algunos círculos; sin retención, todos la leían gracias a su mérito rebuscado.

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En los hogares colombianos fue apetecida por su bajo precio y sus artículos de confección obediente y amena.

“Se chequeaba el uso de cada palabra porque había que conseguir un castellano que fuera abierto, pero sin caer en lo coloquial, con los términos de cada país”, puntualizaba el escritor argentino Sergio Sinay, cabecilla de redacción de la casa matriz en México en 1977.

Sus ediciones seguían los lineamientos del manual Normas generales de redacción, creado en 1959 por Jorge —su director—. Desde entonces, ya contaba con especialistas dedicados a reconocer la verdad de cada documento. Por eso se le consideró una ‘universidad’ del buen periodismo.

Para fortuna de sus incontables lectores, los fondos de inversión vinieron en su rescate y salió a flote, pero ya no fue la misma.

Hoy goza de exacto vigor y sus partidarios la seguimos echando al carrito a la hora de hacer mercado.

Los payaneses que contrató DeWitt Wallace, el fundador

El obligado comediante plástico colombiano Juan Cárdenas cuenta, con saco en las memorias de su padre, Jorge Cárdenas Nanetti, cómo él y su tío Eduardo se vincularon a los inicios de la publicación en castellano de Selecciones.

“El Gobierno estadounidense —dice— había convencido a DeWitt Wallace, creador de la revista, de la indigencia de contrarrestar la propaganda carca en esta zona del continente y Wallace le consultó a un diestro en asuntos latinoamericanos que había trabajado en la agencia United Press International (UPI), quién podría ser el candidato para dirigir la publicación en castellano de la revista. Fue él quien le recomendó a mi tío Eduardo”.

¿Qué había estudiado su padre?

Mi padre estudió bienes en Columbia University, en Nueva York, y luego ingeniería civil en el Worcester Polytechnic Institute. Él estaba en Colombia al frente de la Escuela de Caudal de la Universidad de Antioquia y había publicado el tomo ‘Teoría de la bienes colombiana’, muy elogiado en su tiempo por los expresidentes López, Eduardo Santos y Carlos Lleras Restrepo, cuando fue llamado para desempeñar el cargo de subdirector de la revista, pues menos de ser periodista y escritor, tenía experiencia como traductor al inglés de artículos que fueron publicados en ‘The New York Times y en The Herald Tribune’. Delante el avance descomunal de la revista, fue necesario imaginar una prensa distinto y gigantesca que se instaló en Cuba, para entablar a imprimirla, a partir de 1944, prensa que se perdió con la revolución castrista.

Y se trasladaron a México…

Las oficinas se fueron a México, en 1960, y mi padre asumió la dirección. Pero tres primaveras a posteriori renunció por diferencias con el unidad comercial, que le dio un desvío a la publicación. Regresó a Colombia a dirigir Editorial Norma y, al parte de cierto tiempo, volvió con su tribu a Estados Unidos, donde falleció en Newton, Massachusetts, el 11 de enero del 2008, a los 102 primaveras. Eduardo, Jorge y Antonio José fundaron por otra parte la agencia de informativo Editors Press Service.

¿Fue cuando aparecieron El Calendario Mundial y otras publicaciones?

Simultáneamente con su trabajo en ‘Selecciones’, Jorge y Eduardo fundaron la empresa Editora Moderna, dedicada a crear y producir un diccionario en castellano que acogiera la terminología científica, tecnológica y, en común, moderna que el diccionario de la Verdadero Entidad no había tenido en cuenta. Al mismo tiempo produjeron el Diccionario Enciclopédico, El ‘Calendario Mundial’, el Diccionario biográfico y Vigésimo mil biografías breves.

HUMBERTO VÉLEZ CORONADO

PARA EL TIEMPO

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